Instalados en el año 1954, constatábamos en el número anterior la creciente pujanza de nuestros jugadores más destacados, capaces de brillar con significativa intensidad dentro de nuestras fronteras...y fuera de ellas. No en vano, el golf español ganaba tímidamente prestigio en el extranjero gracias al esfuerzo de unos cuantos personajes cada vez menos remisos a medir sus fuerzas y conocimientos golfísticos lejos de los campos donde forjaban diariamente su juego.
Eran años en los que las precarias condiciones económicas de los profesionales y de la propia Federación Española de Golf impedían costear la mayor parte de los viajes, por lo que resultaba casi imprescindible recibir invitaciones para que nuestros representantes se dieran a conocer. Ocurrió, en aquel lejano 1954, con Egipto, con Alemania, con Estados Unidos, con Canadá..., destinos lejanos donde los profesionales españoles respondían con acierto a las gentiles invitaciones, generando palabras de elogio y simpatía que retroalimentaban este proceso al generar nuevas participaciones.
Nuevas experiencias
Los españoles, por primera vez, se encontraban de bruces con una forma de jugar y de organizar los campeonatos que distaban años luz de lo que estaban acostumbrados. Participar en competiciones como la Copa Canadá o el Tam O’Shanter de Chicago –considerado en la época como un Campeonato del Mundo Individual– suponía enfrentarse a decenas y decenas de jugadores de prestigio mundial seguidos, como en el caso del torneo de Chicago, por más de cuarenta mil personas que no dudaban en pagar 3 ó 4 dólares de aquella época para presenciar los partidos, retransmitidos ya por televisión a docenas de países del mundo entero.
En el Golf Club Laval sur le Lac de Montreal se organizó la segunda edición de la Copa Canadá, el Campeonato del Mundo por Parejas. Sus organizadores no escatimaron ningún esfuerzo de forma que los jugadores designados por cada nación invitada recibieron, al margen de los gastos de desplazamiento y la estancia en un magnífico hotel, una subvención de 500 dólares para sus gastos personales, incluyendo asimismo el coste de los caddies durante la competición. En total, más de 100.000 dólares sobre la mesa para que todo –como así fue– saliera a la perfección.
La Federación Española de Golf seleccionó para representar a nuestro país a Carlos Celles y Sebastián Miguel, conocidos en los corrillos golfísticos españoles como ‘Carlines’ y ‘Duque’, respectivamente. Acompañados en todo momento por el embajador de España en Canadá, Mariano Iturralde, y su hermano Daniel, la pareja de golfistas españoles se dispuso a afrontar una de las grandes pruebas de fuego de sus respectivas carreras deportivas.
Estreno electrizante
Cosas del destino, a Sebastián Miguel –que prácticamente disputaba su primer partido fuera de España– le correspondió el honor de iniciar la competición. Cuando se situó en el tee de salida, rodeado de miles de espectadores, y escuchó por los altavoces la acostumbrada presentación de los equipos, pensó –como relató con posterioridad– que aquello era superior a sus fuerzas, y sólo cuando oyó la cerrada ovación que premió su perfecto ‘drive’, sus nervios comenzaron a tranquilizarse.
A continuación Carlos Celles efectuó una salida que en nada desmereció a la de su compañero, lo que contribuyó a que ambos fueran reconocidos con enorme simpatía con posterioridad, sobre todo porque eran la pareja más joven de la competición.
En la primera vuelta, en la que ambos se anotaron 72 golpes, les correspondió jugar junto a los ingleses Harry Weetman y Peter Allis, éste último uno los jugadores con mayor pegada del mundo, que completaron el recorrido en 69 y 74 impactos, respectivamente. A continuación, en la segunda jornada, compartieron experiencias con los escoceses Eric Brown y Tom Haliburton (71 y 73 hicieron los españoles; 69 y 71 los escoceses), mientras que en la tercera y última realizaron el recorrido junto a los sudafricanos Bobby Locke y Bert Thomas.
Sebastián Miguel, crecientemente confiado, acabó en el duodécimo puesto en la clasificación individual, todo un hito si se tiene en cuenta que era su primera experiencia de importancia fuera de nuestras fronteras y de que por allí pululaban jugadores de la máxima relevancia mundial como Sam Snead, Eric Brown, Francois Saubaber, Peter Allis, Jules Hout..., todos ellos por detrás en la clasificación final.
Carlos Celles, por su parte, fue víctima de un inorportuno hinchazón en un ojo que le afectó sensiblemente en los últimos 36 hoyos. Los cuidados médicos no le aliviaron en absoluto, lo que impidió que España, finalmente en el decimotercer lugar en la clasificación, mejorase su en cualquier caso honora actuación.
Angel Miguel, en el Mundial oficioso
La participación española en el Tam O’Shanter de Chicago –el referido campeonato del mundo oficioso– también resultó accidentada. No en vano, Ángel Miguel, el golfista elegido para representar a nuestro país al igual que en la edición anterior, se vio involucrado en un incidente que afectó a sus evoluciones por el campo desde que en el hoyo 11, ya en la segunda jornada, golpeara con la bola en el rostro de una espectadora.
Eran 150 metros los que separaban el tee del agujero y Ángel Miguel, tras dudar un instante, se decidió por un hierro 6, realizando el swing con tranquilidad. La bola, limpia, se pasó sin embargo de green, yendo a impactar en la cara de la citada espectadora, que se desmayó mientras sangraba abundantemente por la nariz.
Tras las pertinentes atenciones de los médicos, Ángel Miguel consiguió el par en ese hoyo, pero a partir de entonces su juego resultó impreciso, acabando esa vuelta con 80 golpes que le relegaron a los últimos puestos de la clasificación a pesar de que en la tercera y la cuarta ronda su juego mejoró sensiblemente (74 y 69 golpes). “No he podido parar de pensar en la señora”, repetía nervioso al acabar aquella accidentada segunda ronda.
Marcelino Morcillo, a Alemania
Otro representante español de prestigio, Marcelino Morcillo, tomó parte en el Campeonato de Alemania de Profesionales, que en 1954 se incorporaba a los certámenes golfísticos de máxima categoría europea. Bobby Locke y Dai Rees encabezaron la tabla al término de los cuatro días de competición, siendo preciso disputar un playoff para conocer al ganador que acabó desnivelando la balanza a favor del primero. Marcelino Morcillo, a lo suyo, demostró unas indudables dotes de improvisación. No en vano, los días que precedieron al campeonato transcurrieron en medio de un continuo temporal de lluvias que restringió totalmente los entrenamientos, impidiendo a Marcelino conocer el campo más que por un apresurado recorrido parcial protegido por un paraguas.
Sus dos primeras vueltas adquirieron el calificativo de flojas, sin duda por las circunstancias anteriormente expuestas, si bien en los últimos 36 hoyos consiguió rebajar por dos veces el par del campo, un esfuerzo recompensado con 200 marcos de la época.
Los pinitos realizados por los profesionales españoles en el extranjero animaron a la Federación Española a incrementar la importancia del Open de España. Para ello, en colaboración con la Federación Portuguesa, se realizó un loable esfuerzo para conseguir que tanto el citado Open de España como el Open de Portugal, celebrados de forma consecutiva, se hicieran un hueco de importancia en el calendario continental.
La competición, que se iba a celebrar en las instalaciones de Puerta de Hierro, contaba con la presencia asegurada de jugadores del prestigio de los ingleses Max Faulkner, Dai Rees, Eric Brown, el belga Flory van Donck, el italiano Ugo Grappasonni, el egipcio Hassanein..., incluso el amateur francés Henri de Lamaze, el mejor de toda Europa, de cuyas andanzas en este Open de España daremos buena cuenta en próximos relatos de ayer.