La expansión lenta pero segura del golf por la geografía española durante las tres primeras décadas del siglo XX y el brusco frenazo provocado por la traumática Guerra Civil conformaron las líneas generales del relato del número anterior. La incorporación de Sevilla al panorama golfístico nacional y la institucionalización del Campeonato de España Amateur, tanto de categoría masculina como femenina, fueron los siguientes pasos en la consolidación del golf en nuestro país. Todo ello mientras, de forma tímida pero igualmente imparable, iba tomando cuerpo el Open de España de Profesionales.
Sevilla entra en acción
Una ciudad de la importancia y tradición de Sevilla no podía permanecer al margen de esa creciente moda que consistía en dar golpes con los palos a la bola blanca en el marco de entornos de incomparable belleza. Así fue como en 1940, en el denominado Cortijo de Pineda, a tres kilómetros de la ciudad andaluza, se constituyó el Club Pineda de Sevilla merced al acuerdo de los miembros de las desaparecidas Sociedades ‘Real Club Tablada’ y ‘Real Sociedad de Carreras de Caballo’, quienes aunaron sus esfuerzos para, ya al año siguiente, iniciar la construcción del campo de golf, por aquel entonces de sólo 9 hoyos.
Cerca de Barcelona, a 32 kilómetros exactamente, pegado casi al Mar Mediterráneo, comenzó a germinar por aquella época la idea de añadir al listado de campos de golf españoles uno más situado en la localidad de San Andrés de Llavaneras. Aunque las gestiones no fueron excesivamente arduas, la inauguración oficial de Llavaneras se postergó hasta 1945. Se había llegado, con ello, a la docena de instalaciones –podían haber sido trece en esos momentos, mediada la década de los cuarenta–, si bien una más de las terribles consecuencias del conflicto civil de 1936-39 fue la destrucción de la Real Sociedad Hípica Española Club de Campo, situada en el margen derecho del río Manzanares.
Llegado este punto, era necesario organizarse, contribuir de forma mancomunada al desarrollo del golf en España, celebrar de manera continua campeonatos de índole nacional para que fuesen adquiriendo poco a poco mayor prestigio, tomar decisiones colegiadas con el fin de que este deporte se expandiese por todos los rincones de la geografía española a imagen y semejanza de lo que ocurría en algunos países de nuestro entorno (Inglaterra, Irlanda, Francia, Suecia…) y del otro lado de los océanos (Estados Unidos, Japón…), donde el golf comenzaba a calar con inusitada fuerza entre su población.
El sentimiento común de mejorar fue lo que llevó a varios clubes a constituir la Federación de Clubes de Golf de España. La iniciativa, llevada a cabo en octubre de 1932, se encontró de bruces con el frenazo que supuso para cualquier tipo de actividad la terrible Guerra Civil. El trámite burocrático se produjo en el domicilio particular de D. Luis de Olabarri, situado en Las Arenas, Getxo, en una reunión a la que asistieron los representantes del Club de Campo (Pedro Cabeza de Vaca), Club Puerta de Hierro (Pedro Gandarias), Club de Lasarte (Santiago Ugarte), Club de Pedreña (Marcelino Botín), Club de Neguri (Luis de Olabarri) y Club de Sevilla (Javier de Arana).
El domicilio social de aquella Federación de Clubes de Golf de España se encontraba en el Club de Puerta de Hierro, en Madrid, si bien se producía la curiosa salvedad de que, entre los meses de junio y octubre, la organización residía bien en Pedreña, bien en Lasarte, bien en Neguri, según designara en cada momento el Secretario General dependiendo de las necesidades veraniegas de entonces.
Luis de Arana, primer presidente
Luis de Arana, padre de una gran dinastía de jugadores de golf, que cosechó un número muy significativo de títulos durante esos años, fue nombrado primer presidente de la Federación Española de Golf –organismo que recogió el testigo legal de la citada Federación de Clubes de Golf–, si bien su responsabilidad se limitó a dos años, justo los que median entre 1934 y 1936.
El 31 de mayo de 1939 fue designado como máximo rector del golf español D. Francisco Carvajal y Xifré, conde de Fontanar, por orden directa del Consejo Nacional de Deportes de entonces. Su mandato, amplio, duró 11 años antes de que en abril de 1950 le sucediera en el cargo D. Luis de Urquijo y Landecho, marqués de Bolarque, quien desempeñó las funciones de Presidente de la Federación Española de Golf hasta abril de 1959, momento en el que fue nombrado embajador de España en Alemania Occidental.
Para entonces la celebración de los Campeonatos de España Amateurs, tanto de categoría masculina como femenina, constituía felizmente un hecho habitual, alejadas esas dificultades que en determinados momentos impidieron la disputa de otras competiciones. Se trataba de dar cuerpo a la necesidad de proclamar al mejor jugador aficionado de España, por lo que en 1940 se introdujo en el calendario de competiciones la modalidad masculina, quedando para el año siguiente –no consta en los archivos el motivo, aunque la escasa participación podría ser la razón– la celebración del de categoría femenina, ambos en las instalaciones de Terramar.
Bien es cierto que en aquellos momentos se disputaban ya el Campeonato Internacional de España para Aficionados y la Copa Nacional Puerta de Hierro. No obstante, la primera de las competiciones citadas permitía la participación de extranjeros, ya fueran o no residentes en España, mientras que la segunda tenía una filosofía que involucraba, por encima del individuo, a los clubes, de forma que la edición del año siguiente se disputaba –como hoy en día– en el club al que pertenecía el ganador de la temporada en curso.
José Vallejo y Ana López Dóriga, quien con anterioridad, en la década de los años 20, se había impuesto en tres Internacionales de España para Aficionadas, tuvieron el honor de ser los primeros en inscribir su nombre en el palmarés de estas competiciones –uno en 1940 y la otra en 1941–, iniciando un largo listado que desde entonces recoge a las grandes figuras del golf español.
Paralelamente se celebraba el Campeonato Abierto Internacional de España, competición ésta reservada a los escasos profesionales de la época. Aunque su primera edición tuvo lugar en 1912, este torneo no adquirió verdadera consistencia hasta rebasado el conflicto civil español. Para completar los inscritos se permitía la participación de determinados jugadores amateurs, lo que dio pie al lucimiento del Marqués de Sobroso, de Luis Ignacio Arana…, precursores de jugadores de la calidad de Iván Maura, un aficionado que se codeaba con esos primeros profesionales de verdadera categoría (Marcelino Morcillo, Carlos Celles, etc) que monopolizaron el golf español de elite antes de los incomparables Sebastián y Angel Miguel, dos hermanos para el recuerdo.